Un grupo de campesinos y organizaciones ambientales visitaron el páramo, en Santander, para presentar a las comunidades actividades productivas diferentes a la minería a gran escala.
Una inmensa nube anclada en la cadena montañosa no permite distinguir entre el cielo y el páramo. El viento se impulsa, se abre paso entre la neblina. Quienes van camino a la cumbre del páramo Monsalve, Santander, extrañan que estando a casi 3.000 metros de altura no han sentido frío. Entonces don Pedro, un campesino de la zona, les explica que “es por la noche, cuando las nubes se pegan bien pegaditas al cielo, que se empieza a sentir el frío del páramo”.
La travesía comienza en el Alto de Cachirí rumbo al páramo de Monsalve, el cual hace parte del complejo paramuno de Santurbán y es donde nace el río Suratá, el cual fluye por el estrecho cañón de las cuchillas de Magueyes y del Común, para desembocar en el Río de Oro, en el municipio de Girón.
Hace un mes, la presión social al gobierno impidió que el Proyecto Angostura, de la multinacional aurífera Greystar, se desarrollara en el páramo de Santurbán.
Ahora el objetivo inicial de la misión ecológica, conformada por 30 personas (campesinos, afrocolombianos, indígenas, ambientalistas, investigadores y académicos), era el de alcanzar la cima del complejo, ubicada en los municipios de Vetas y California —pero por razones de seguridad sería imposible llegar hasta allí— y enseñarles a los habitantes de estas regiones actividades económicas diferentes a la minería, que emplea químicos y grandes cantidades de agua.
“Que los campesinos cultivaran alimentos propios de sus regiones, antes era un reto. Ellos no se imaginaban cómo era un caldo con papa orgánica”, afirma Adam Rankin, ingeniero ambiental y director de Fundaexpresión y la Escuela Agroecológica. Rankin asegura que sí se puede pensar en procesos de producción sostenible con semillas criollas, sin pesticidas y químicos, que aseguren la autonomía alimentaria de estas comunidades.
Es el caso de la Escuela Agroecológica de la Provincia de Soto, Santander, la cual surgió en 2001 por iniciativa de Fundaexpresión y con el acompañamiento técnico de la Universidad Industrial de Santander (UIS). Allí, cerca de 50 familias campesinas asociadas de Lebrija, Suratá, Matanza, Floridablanca, Girón, Piedecuesta, Charta y Tona han recuperado más de 180 tipos de papa, además de sembrar cultivos diversificados de habas, maíz, fríjol, hortalizas, apio y quinua, y mantener sistemas pecuarios amigables con el medio ambiente, como criaderos de truchas. Este grupo ha logrado crear casas campesinas para promocionar y vender sus productos. En Santurbán también sería posible.
A lo lejos se alcanza a ver un bosque de pinos y se siente un fresco aroma a eucalipto. Algunos de los que emprendieron este viaje contemplan a estas plantas con admiración por bellas e imponentes, en comparación con las otras que se observan en el camino. Tatiana Rodríguez, investigadora de minería de Censat-Agua Viva —organización ambientalista colombiana—, aclara que ninguna de estas dos plantas son propias del páramo, que fueron plantadas por la Corporación Autónoma Regional por la Defensa de la Meseta de Bucaramanga (CDMB) hace más de diez años, como plan de reforestación a causa de la quema del suelo para la creación de potreros. Explica, además, que necesitan de grandes cantidades de agua para crecer, quitándoles la oportunidad de vivir a los arbustos propios de este ecosistema, los cuales tienen por función captar el agua y liberarla poco a poco.
“Los páramos son como una esponja. Si usted arranca un pedazo de tierra y la espachurra, le va a salir harta agua. Es por eso que esas empresas grandes van detrás de él”, es la explicación que da Cruz de Lina Landazábal, oriunda de Cachirí, un corregimiento de Suratá, en el departamento de Santander. Ella ha vivido toda su vida en el subpáramo de Monsalve, donde tiene una parcela en la que desarrolla cultivos sin químicos y pesticidas. Recuerda que un hermano suyo murió en una mina ilegal a causa del cianuro y que por eso y la contaminación que le han ocasionado al páramo, ella y la minería no van.
Cruz de Lina es la encargada de dirigir al grupo por la trocha pedregosa y resbaladiza del páramo, hasta el Monsalve, camino que según ella puede andar con los ojos vendados porque lo recorre hace 30 años en bestia o a pie, según el clima.
Antes de subir al páramo, en el corregimiento de Cachirí, el grupo se reunió con campesinos de Suratá y con Marta Patricia Suárez, secretaria de Salud del municipio, con el fin de intercambiar sus experiencias en torno a la preservación del ecosistema de páramo y las alternativas productivas empleadas en otras regiones, como lo son los cultivos agroecológicos y un proyecto llamado Oro Verde.
Oro Verde nació como una iniciativa de organizaciones como la Fundación Amigos del Chocó (Amichocó) y el Consejo Comunitario del Chocó, las cuales buscan que las generaciones jóvenes chocoanas practiquen las técnicas ancestrales de la minería artesanal, las cuales son aplicadas para el oro de aluvión, por ejemplo el mazamorreo, zambullidero y agua corrida.
El oro verde es natural y se comercializa bajo esta premisa alrededor del mundo, desde 2006, lo que le hace tener un valor agregado que se traduce en que se paga más por éste que por el oro extraído con químicos. En la actualidad 194 familias afrocolombianas e indígenas de Alto San Juan (Chocó) se benefician del proyecto. Pero las multinacionales están detrás del otro método, el contaminante.
En el caso de Suratá, de acuerdo con José Ignacio Echeverría, alcalde del municipio, “el 100% del territorio tiene solicitud de explotación minera. Lo único que se salva es los 10 metros de ancho y los 25 kilómetros de largo que tiene el río”. Durante la visita a este municipio, se pudo observar la exploración que realiza Oro Barracuda, empresa minera que está abriendo vía de Cachirí a Arboledas.
De tal reunión surgió la propuesta de crear una reserva campesina no sólo para defensa de la zona de páramo que pertenece a ese corregimiento, sino para la protección de sus formas de vida y fuentes de preservación propias, como los campesinos con vocación netamente agrícola y no minera.
Éber Abello Villada, concejal y miembro de la Asociación de Productores del municipio de Caramanta, Antioquia, quien hace parte de la misión ecológica, considera que “la única salida que tenemos las personas que vivimos en zonas en las que hay oro, es la de asociarnos en comunidad para hacerles frente a las multinacionales y al mismo Gobierno, para quienes prima el desarrollo capitalista y no el cuidado del agua”.
Cruz de Lina va a la delantera del trayecto y para darles ánimo a los agotados caminantes les dice que “el páramo virgen está sólo a tabaco y medio”. Por ahora sólo se ven potreros, musgos que la gente de la zona llama colchón de pobres, cepos —unas flores tubulares de color fucsia que sirven de alimento a colibríes—, uvos y moras silvestres. Durante el camino, Cruz de Lina explica a sus pupilos todos los secretos que guardan esas tierras: “Esta es la sanalotodo —dice señalando una planta— y la utilizamos para curar todos los males”. Luego se ríe. Después de una hora de camino, se ve abundante paja y unas plantas de tallo pequeño con hojas de terciopelo: los frailejones. Eso indica que es páramo. Sigue la caminata otros cinco minutos hasta que una estatua del Sagrado Corazón de Jesús les da la bienvenida a sus visitantes. Allí el grupo hace un círculo, las personas se toman de la mano y hacen una oración, que cada quien ofrece a su dios y según su creencia. El grupo promete ser el guardián de la naturaleza de sus regiones, como el oro más preciado que tienen siendo ellos labradores de la tierra.
Lo cierto es que por Santurbán unos se han desnudado en medio del frío montañés defendiendo la causa ambientalista, y otros al borde de propinar linchamientos han tratado de proteger la actividad minera, la cual consideran su sustento. Pareciera que su niebla adherida a las rocas y la multiplicidad de su horizonte embrujaran a todo aquel que pise este paraíso.
El intento fallido de Greystar
El pasado 17 de marzo, cuando se conoció que la minera canadiense Greystar retiraría su solicitud de licencia para la explotación de oro en el páramo de Santurbán, Santander, la multinacional dejó abierta la posibilidad de realizar un nuevo proyecto en esta región: explotación subterránea.
La respuesta del Ministerio de Minas y Energía no se hizo esperar. A través de un comunicado aseguró que “debe quedar suficientemente claro que de ninguna manera es viable un proyecto de explotación subterránea que comprometa el ecosistema integral de páramo y subpáramo”.
A partir de ese momento ha habido silencio en Greystar. La última noticia de la multinacional corrió por cuenta de un remezón en sus puestos directivos. Fue nombrado como presidente al abogado colombiano Rafael Nieto Loaiza, en reemplazo de Steve Kesler, quien estuvo al frente de la fallida licencia en Santurbán.