Dentro de las aulas de clases de la Universidad Simón Bolívar se edifican los profesionales del presente y el futuro. Hay cientos de historias para contar, pero una de ellas resalta por el coyuntural momento que atraviesa la situación de orden público en la región del Catatumbo.
Se trata de cuatro docentes que viajan a Cúcuta dos veces al mes para cumplir con sus estudios en la Maestría en Educación, en medio de las dificultades que trajo consigo el paro armado, consecuencia del control territorial y narcotráfico que se disputan los grupos al margen de la ley en esta zona del país.
El temor ha generado desplazamientos masivos y una inminente crisis humanitaria, que afecta el ejercicio de la enseñanza y el derecho a la educación. Sus habitantes esperan las noticias para continuar con las labores diarias, pero no han podido estar tranquilos porque guardan en su memoria un conflicto que desde hace más de dos décadas no azotaba tan fuerte estas pujantes tierras.
Según fuentes oficiales, a los refugios llegaron alrededor de 6.000 familias desplazadas debido a los enfrentamientos bélicos en busca de comida y huyendo de las balas. Para contrarrestar la situación, desde la ciudad de Cúcuta cerca de 27 toneladas de alimentos se han enviado hasta el Catatumbo, región que agrupa 11 municipios del departamento de Norte de Santander, Ábrego, Convención, El Carmen, EL Tarra, Hacarí, La Playa, Ocaña, San Calixto, Sardinata, Teorama y Tibú.
En el caso de los docentes, a los largos trayectos que deben recorrer para desplazarse hasta la Universidad, se les suman las condiciones inclementes del clima y lo más difícil, tener que explicarles a sus estudiantes cómo seguir adelante en medio de los efectos de una guerra que no merecen. Estas circunstancias no han sido impedimento para estar a punto de culminar su posgrado, luego de ir y venir durante casi dos años.
Magda Cecilia Pérez Arenas, Licenciada en Educación Básica con Énfasis en Humanidades, Sinela del Rosario Bayona Quintero, Licenciada en Matemáticas y Ramón Elías Ortega, Licenciado en Educación Básica con Énfasis en Humanidades, vienen de El Tarra. Por su parte, Luz Aida Ramírez Ramírez, Licenciada en Filosofía, Pensamiento Político y Económico es de San Calixto.
Imparten clases en colegios de sus municipios, pero cambian los roles de maestros a estudiantes en la capital nortesantandereana, motivados por sus deseos de superación, por demostrarse a ellos mismos que en la educación está el sendero hacia la paz que tanto anhela su territorio, la tierra que aman y por la que están dispuestos a todo.
“La educación cuesta, pero cuesta más la ignorancia, por eso debemos dar el paso a esa proyección y a ese cambio del ser humanizado, para poder servir a la sociedad que queremos construir. Esto solo lo logramos a través de la educación”, expresa Luz Aida Ramírez Ramírez.
Llegar a Cúcuta a cumplir con los compromisos del exigente escalón profesional, en ocasiones se convierte en una odisea, donde incluso se juega la vida. En medio de enfrentamientos, amenazas o rumores, han llegado tarde a las clases o incluso, un día después de lo planeado.
Magda Cecilia Pérez Arenas cuenta que en uno de los viajes eran las 5:00 p.m. y recibieron la orden de no continuar con el recorrido habitual. Iban por Ocaña y se vieron obligados a pasar la noche donde unos amigos, junto a 15 personas más. “Acomodándonos como pudimos logramos dormir unas horas y al otro día salimos temprano. Oramos todo el camino y estábamos temerosos porque había una amenaza de bomba en la vía”.
El estigma de una crisis continua
Educar en una zona de conflicto implica muchos factores. Más allá de las precarias condiciones de infraestructura escolar, los problemas de salud pública, la mala alimentación de los menores y las dificultades económicas de las familias, están las historias detrás de cada estudiante.
Las heridas sociales que les ha generado la violencia, el miedo constante ante una represalia y el pesado estigma que llevan a cuestas, los hace considerar estar a merced de un olvido estatal y una guerra que parece no tener fin. Con esto deben lidiar los profesores, convirtiéndose en consejeros de una juventud e infancia que a pesar de todo, aún no pierde las esperanzas.
“A cada uno de nuestros estudiantes les ayudamos a crear un proyecto de vida, con mucha paciencia para que cada día empiecen a disminuir su dolor y el llanto que les ha tocado vivir, cambiar su pensamiento y el daño hecho. Ese tejido social, lo tratamos de reconstruir y nos fortalece saber que los chicos esperan un mejor futuro”, dice Sinela del Rosario Bayona Quintero.
Ramón Elías Ortega coincide en decir que “estamos preparándonos para brindar una formación que tenga los elementos necesarios para dar ese paso. Allá no hay muchas personas con alto grado de formación, el acceso a una Universidad es muy complejo pero venimos hasta Cúcuta porque los niños del Catatumbo necesitan recibir una educación de calidad”.
Cada enseñanza de los profesionales que orientan la Maestría transporta a los profesores a escenarios ideales para aplicar en la práctica pedagógica. Despertar en las aulas del Catatumbo un pensamiento crítico, es la gran misión que cumplen cuando llevan su maleta cargada de conocimientos y experiencias de regreso a sus instituciones educativas. Así como lo manifiesta Luz Aida Ramírez Ramírez, “el Catatumbo puede entregarle a la sociedad seres transformados más allá de la realidad y estigmatización. Nosotros podemos formar constructores de paz en las aulas”.
La familia, el mejor refugio
Sus familias se han convertido en pieza clave en este proceso. Son las personas que siempre los esperan ver regresar sanos y salvos a sus hogares. Los apoyan porque reconocen que desde cualquier punto de vista, el esfuerzo por venir a la ciudad es grande.
La docente también relata que sus seres queridos sienten temor ante este panorama. Pero constantemente la motivan al expresar su orgullo por la valentía con la que tomó la decisión de estudiar. Dice que la reconforta saber que es el ejemplo de quienes quieren servir a los demás y aquellos que se atreven a cambiar la consciencia de un pueblo que ya no quiere sufrir más.
Por su parte, como madre cabeza de hogar, Magda Cecilia Pérez Arenas prefiere que sus hijos no se enteren de las dificultades que sortea para estudiar, pero la admiración que recibe de ellos es su compensación para ser una mujer luchadora. “No solo soy su ejemplo, si no para todas las profesoras. Aunque me desempeño como docente provisional, hago todo el sacrificio. Tengo que seguir actualizándome y buscar la manera de fortalecer mis conocimientos por la educación de mis hijos y los muchachos del Catatumbo”, dice.
Una estrategia para la paz
Aunque el miedo se respira al retornar y el pensamiento de los estudiantes persiste en que algo más va a suceder, los profesores manifiestan que no se rendirán ante la zozobra que viven padres de familia, los vecinos y la comunidad educativa. “Por difíciles que sean las circunstancias no permitiremos que esas barreras y amenazas nos priven del sueño de prepararnos para que nuestra labor deje huellas. No queremos que nada nos corte las alas para volar más alto”, dice Luz Aida Ramírez Ramírez.
“Es cierto que nos han arrebatado la tranquilidad, pero la educación es lo único que no nos pueden quitar, es nuestra mejor herencia. Por eso, seguiremos estudiando”, concluye Magda Cecilia Pérez Arenas y les recuerda a los jóvenes de esta zona que hay que seguir avanzando, porque los dueños del conocimiento serán los profesionales que reconstruirán las bases para edificar el Catatumbo de senderos productivos, corazones emprendedores y verdes paisajes que inspiran la paz.